Es bien sabido que para entender la obra de un artista se debe conocer su contexto histórico, es decir, la época en que vivió, la ciudad donde se formó, el entorno que lo acogió, las personas que lo acompañaron… Sin esa información, aunque no imposible, es muy difícil valorar correctamente la producción artística de cualquier mente creativa.
Meditaba esta idea mientras caminaba bajo el cielo lila de la Recoleta y observaba en lo alto, más allá de las cornisas, las copas de los árboles reverdeciendo y abajo, al nivel del suelo, la premura de la ciudad. Así es la música de Gustavo, pensé, sensual y violenta, como una marea que se desgarra y revienta y concluye en desvelo.
Cuando logré salir del trance, tomé un colectivo que me llevó al barrio Belgrano (o River), territorio porteño donde se vive el fútbol (y otras pasiones de la ciudad) con mayor ahínco. La ruta 130 me llevó de sur a norte de la avenida Alcorta, que entrelaza sitios importantes de la vida de Gustavo: la Recoleta (barrio de su etapa estudiantil), el Planetario Galileo Galilei en Palermo (del videoclip Zoom) y el Estadio de River Plate (lugar donde Soda Stereo se despidió tras anunciar su separación). Quizá es por esta razón que Gustavo se refería a la Av. Alcorta como “cicatriz”.
Pedí la parada justo enfrente del Estadio Antonio Vespucio Liberti. Observé decenas de familias, parejas e individuos con la camiseta del equipo de River que entraban y salían por las puertas del edificio, se tomaban selfies, compraban entradas para los partidos programados o tan sólo pasaban por ahí a contemplar la monumentalidad.
Imaginé la multitud que allí se reunió el 20 de noviembre de 1997, la euforia que se vivió por la desintegración de la banda ídolo del rock argentino y la conmoción que seguramente desbordó a más de algún sensible posterior al “Gracias Totales”. Una catarsis de lo vivido en quince años de carrera y que en ese momento consolidó a Soda Stereo como una de las bandas más influyentes de la historia musical de América Latina.
No sé si podría llamarse ironía al hecho de que a quinientos metros del lugar donde feneció Soda Stereo se encuentra la esquina que los vio nacer: en el cruce de Barilari y Victorino de la Plaza se localiza el que en su momento fue el cuarto de ensayo de la banda (y la casa de Charly Alberti). Desde la calle se observan algunos cristales rotos y muros desteñidos, en el tercer piso se asoman las pérgolas de lo que posiblemente fue el estudio de los Soda. Los vecinos andan por ahí despreocupados, no les causa ningún asombro la presencia de un turista más tomando múltiples fotos a la casa.
Sobre la fachada de la calle Victorino se dispuso una placa con la leyenda “Aquí nació la banda ícono del rock Nacional y Latinoamericano” y que como dato chusco, se inauguró con el nombre Esquina Soda Estéreo, situación que no hizo esperar a la tormenta de críticas que llovió sobre la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por parte de los fans.
Me quedaban pocos días en Buenos Aires, tuve que ser muy selectiva con los lugares que me faltaban visitar, que no eran pocos: entre 1982 y 1997, acontecieron 7 discos, 12 giras, alrededor de 100 premios y millones de fans en todo el mundo que, desde luego, no se pueden abarcar en cuatro semanas.
Me perdí, por ejemplo, el Airport de Belgrano Discoteque, en barrio Núñez, lugar de la presentación oficial de Soda Stereo (según el periodista Gustavo Bove); o el Boliche Pinar de Rocha en Villa Sarmiento, donde tocaron por primera vez los álbumes Nada Personal y Signos.
Por otro lado, no dejé pasar la oportunidad de asistir al cruce de las avenidas Hipólito Yrigoyen y Diagonal Rocca Sur, en el barrio Monserrat, donde se capturó la portada de Doble Vida, el cuarto álbum de Soda Stereo, tomada en 1988 por Alfredo Lois.
O de pasar una agradable tarde de picnic en el Parque 3 de Marzo en Palermo, para luego maravillarme ante la singularidad arquitectónica del Planetario Galileo Galilei donde se grabó el videoclip Zoom en 1995, para el álbum Sueño Stereo.
Un guardia me vio tomando fotos del planetario y se acercó a platicar, le dije que era mexicana y que sentía una gran emoción de estar de visita en su ciudad. El hombre me comentó sobre la infinidad de actividades que podían realizarse en Palermo, que era uno de los barrios más bonitos y arbolados de Buenos Aires, me dijo que a unos metros de ahí se encontraban el Jardín Japonés, el Jardín Botánico, el Hipódromo e innumerables centros culturales. Además, me obsequió una cortesía para ver la Vía Láctea en tiempo real y un documental de National Geographic proyectados en la cúpula del Planetario.
Caminar por River, Monserrat o Palermo es una experiencia de nostalgia, el tener la certeza de que esas mismas calles fueron recorridas por Gustavo y de la infinidad de pensamientos, emociones e ideas que seguramente tuvieron lugar ahí, formando parte, aunque inasible, del resto de su obra.
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